ENSEÑANZAS DE MAMÁ
Con una despedida nacen nuevos comienzos y espacios de consciencia.
Te mentiría si te dijese que no extraño sus mensajes reclamándome que no le había hablado hace un par de días, o sus videos de WhatsApp de “Buen día”, “Buenas noches” o “Arriba la vida” con dibujitos y cancioncitas eternas.
Te mentiría si te dijese que no extraño su perfume dulce y fuerte, que cada vez que le dabas un beso, era inevitable prenderse a oler su cuello. Y era su piel, porque yo luego se lo robaba para probármelo y no me quedaba igual. Era esa fragancia única en su piel.
Te mentiría si te dijese que no extraño nuestras charlas de Boca Juniors y de que me relatara cómo habían salido los partidos de la Primera y de la B Nacional.
Te mentiría si te dijese que no me volví loca de felicidad el día que ganamos el mundial y que, en ese mismo instante, entre nubes de algodón, la vi a ella, gritando emocionada por ver a Argentina Campeón, al igual que lo había hecho cuando todavía en esta Tierra, gritaba como loca por Argentina campeona de América.
Te mentiría si te dijese que no extraño sus canelones, sus pizzas o su pastafrola. Sabores como esos, jamás los volveré a encontrar.
Te mentiría si te dijese que no me dolió su dolor, o que no sufrí por verla sufrir.
Te mentiría si te dijese que no me hubiera encantado haber tenido las herramientas y la consciencia que tengo hoy para tener el coraje de ir a verla en sus últimos días.
Te mentiría si te dijese que no daría cualquier cosa por tener un ratito más con ella para abrazarla y abrigarla en las noches de invierno.
Te mentiría si te dijese que no me hubiera encantado saber de alguna manera que el abrazo que le di ese día antes de viajar iba a ser el último.
Y todo esto me lleva a reflexionar sobre la presencia, el estar conectados con el aquí y ahora. Qué frase trillada y tan cierta a la vez. Tanta gente hablando de este tema, y tanta gente sin poder comprender qué significa en verdad.
Y es que, para muchos de nosotros, estar presente se vuelve casi como la película de Misión Imposible. Vivimos tiroteados de eventos, programas, series, “obligaciones”, que parece que tenemos los días de la semana perfectamente cronometrados y sintonizados al calendario, donde una vez más, se repite la misma situación de marcar con tildes cada una de las actividades hechas.
Podés resonar con esto o no, puede que la cosa no sea tan exagerada, pero en esencia espero que captes lo que te quiero transmitir.
Tal vez no siempre, pero muchas veces (en cada persona esto va a variar) vivimos de una manera bastante tóxica, viviendo demasiado en el pasado, o preocupándonos por el futuro; o tal vez sobre pensando situaciones cotidianas, o incluso viviendo en modo automático donde nos encontramos físicamente en un lugar “haciendo algo”, como trabajar, por ejemplo, pero con la mente en cualquier otro lado.
Noto en las personas una fuerte necesidad por escaparse de sus vidas, como si el dolor emocional de estar presentes en una realidad que en verdad no eligen y no quieren vivir fuera tan fuerte, que precisaran la droga de la ausencia. Es como darle la orden al cuerpo de que siga “pretendiendo” estar allí, mientras que por adentro, alguien se fue y apagó la luz.
¿Y cómo sé todo esto? Porque también lo viví, por supuesto. Pero un día me cansé de estar ausente. Me agoté de sostener una vida que no elegía. Era demasiado pesado sostenerla. Y luego sucede lo inevitable, que es ver a un ser amado morir.
Y cuando la muerte llega y te da un beso en la frente, tu filosofía de vida resurge como un huracán revolviéndote toda la existencia, dejándotela patas para arriba, en el caso que esa existencia no estuviera muy bien asentada.
La muerte y mamá me vinieron a enseñar tantas cosas, que realmente me llevaría mucho tiempo desarrollarlas todas, asique no descarto más reflexiones compartidas en el futuro, ya que, en ciertas etapas, vivía aprendizajes incluso diarios. Ahora que la gran mayoría se ha asimilado, vienen otros aprendizajes, profundos, pero más espaciados.
Y entre tanto dolor, te puedo decir que encontré mucha paz descubriendo que en realidad la Vida me estaba presentando a una gran amiga, que era la Muerte.
Hoy, la muerte me expande, me contribuye y me hace ser más consciente. Porque el saber que tarde o temprano todos vamos a morir, me inspira a poder buscar la mejor versión de mí. Me impulsa a salir de ese estado vegetativo de ser la copia fiel de otros.
Me libera saber que todo en esta vida tiene un sabor especial y único simplemente por el hecho de que somos perecederos. Gracias a eso, empiezo a darme el gusto de gozar la vida de una manera inigualable, porque sé que cada momento es único e irrepetible. Esto es también Florecer. Esto es también Flor Renace.
Y si bien sentí un profundo dolor por no acompañar a mí mamá en persona, también te mentiría si te dijese que nunca me había sentido tan presente en su vida y en sus últimos días, sintiendo que, a pesar de la distancia, sostenía y acariciaba su mano con todo mi amor.
La conexión que había podido sostener esos últimos días con su Alma fue algo único e inexplicable, al punto de que, cual “vieja sabia”, en su estado inconsciente tras un derrame de uno de sus tumores cerebrales, mientras yo dormía, ella me vino a abrazar con una sonrisa y una luz radiante, que cuando desperté lo primero que le dije a Juan (mi pareja) antes de saber que ella estaba inconsciente, fue “mamá me vino a ver y me abrazó”.
Sí, cuando yo fui, ella fue y vino diez veces. Ese abrazo que yo después me lamentaba de no haberle podido dar en persona de manera consciente, fue el abrazo que ella me vino a dar a mí en mis sueños. Y te aseguro que fue lo más real, vívido y puro que mi corazón podría haber sentido jamás.
Yo no había podido poner en palabras mi incapacidad de moverme de donde estaba para irla a ver esos últimos tiempos. Pero en el fondo de mi corazón, aunque no podía entender ni explicar lo que sentía, yo sabía que esto debía pasar de esta manera. Esto debía ser así, como si lo hubiéramos pactado porque mis aprendizajes iban a derivar de lo vivido hasta entonces.
Con el tiempo, fui comprendiendo muchísimas cosas, y de pronto todo tenía sentido para mí.
Y ahí entendí que las fronteras del tiempo y el espacio realmente no existen. Ahí comprendí que el amor trasciende cualquier realidad y cualquier dimensión, y que la Gratitud y el Amor son las armas más poderosas para sanar en momentos donde se siente que el corazón duele con gran intensidad.
Para ir concluyendo, te voy a relacionar dos palabras: presencia consciente. Para mí no puede haber presencia sin consciencia, y no puede haber consciencia sin presencia. Son totalmente indisociables, como las dos caras de una misma moneda. Y es que estar presente es alinear cuerpo mente y Espíritu, donde ponés tu mente a trabajar al servicio del corazón, para materializar con tu cuerpo todos los deseos del Alma.
Entonces te invito a revisar tu rutina, tu capacidad de disfrutar los instantes que te regala la Vida. Gozar del encuentro con tus seres queridos (sea virtual o presencial), contemplar entre suspiros un bello amanecer, o saborear casi orgásmicamente un trozo de tostada con mermelada, todo eso te puede generar el mismo nivel de gozo. O al menos es la idea. Porque sino, ¿para qué vinimos a esta vida si no es para apreciarla con locura?
Abrazá como si fuera la ultimá vez, besá como si nunca hubieras dado un beso, bailá con la luna, como si fueras un lobo que la espera con ansias por la noche. En fin, viví. Pero viví bien. Viví lo más consciente y conectado con tu cuerpo y tu presente que puedas. Dá lo mejor de vos, y verás que cada día se puede estar un poquito más presente.
Y recordá: incluso las despedidas más tristes y dolorosas te regalan senderos de consciencia y nuevos comienzos. Se trata de comprender que en la Vida no hay nada malo ni bueno, sino que todo “es”, y todo tiene su encanto. Sí, todo, incluso las despedidas.